Cuántos lectores
La lectura es mucho más común que lo que parece, y a los autoproclamados intelectuales no les gusta.
¿Cómo funciona el teléfono? El sonido de la voz hace vibrar a una membrana, esa vibración genera una carga eléctrica que se transmite a través de un cable, y genera del otro lado la misma vibración en otra membrana, reproduciendo el sonido original, que se verá algo degradado porque el proceso no es perfecto.
La escritura hace algo similar, también en forma imperfecta. Lo que se transmite a través de lo escrito es sólo eso, no las ideas del autor sino lo que escribió, que puede o no tener plasmado lo que quería comunicar. Hay un montón de contexto que no queda escrito. Muchos pensamientos conectados, procesos para llegar a versiones finales, que forman parte de la elaboración del texto y le dan forma, pero no son parte de él.
El lector tiene que hacer un trabajo de decodificación. A través de las palabras, construye un sentido en su cabeza. Con un poco de suerte, ese sentido es similar a lo que el autor quiso escribir. La escritura no es un sistema perfecto, porque depende de dos cerebros que es muy poco probable que hagan operaciones exactamente simétricas.
Leer es escribir. Al leer construimos un texto a partir de lo que vemos escrito. El lector aplica sus propios conocimientos y contextos, que pueden ser de lugares y épocas muy distintos de los del autor. Esto funciona con el significado literal del texto, y con las capas simbólicas que el autor quiera transmitir. Habrá quienes las interpreten como el autor quiso, y quienes no. También habrá quienes se pasen en la reconstrucción y lean algo que no está escrito.
Por eso la traducción es el arte más difícil. Se da este mismo proceso antes de llegar al lector final. Para ser fiel a lo que escribió el autor, es necesario meterse todo lo posible en su cabeza, y ser capaz de plasmar lo mismo en otro idioma, trasladando los conceptos necesarios para que tengan sentidos equivalentes. Al leer una obra traducida, no es posible tener la certeza de que el traductor se molestó en hacer eso, ni si lo hizo bien. De cualquier manera, hacerlo perfecto es imposible, así que en el mejor de los casos hay una degradación generacional.
Esta escritura durante la lectura es practicada por todos los lectores, se den cuenta o no. Pero hay otra forma que es practicada por escritores. Tal vez así se identifica un escritor. Es la reescritura mientras se lee.
Uno de los mejores profesores de mi carrera de cine nos insistía con que miráramos las películas no como espectadores, sino como realizadores. Que apreciáramos lo que llevó a la película a ser como es. Por qué eligieron esos personajes, esa historia, esos giros, esos encuadres, esa paleta. Qué limitaciones tuvieron. Reconstruir el proceso creativo que lleva a que una obra tenga la forma que tiene.
No es lo mismo que ser un espectador activo. Uno puede participar de una obra, discutir, tratar de adivinar quién es el asesino, sin estar necesariamente enganchado en el pensamiento del autor.
Ese consejo puso en palabras algo que con el tiempo me di cuenta de que venía haciendo. Siempre he consumido como realizador, en cine y en muchas otras manifestaciones creativas. En algunos casos, como la pintura, tuve que aprender a mirarlas, pero en otros ya lo hacía. Con el correr de los años refiné la técnica y empecé a hacerlo a propósito.
Tiempo más tarde empecé a escribir sistemáticamente, y a pensarme escritor. Me di cuenta de que con la literatura hacía lo mismo: siempre leí como escritor. Siempre me situé cerca del autor para ver por qué eligió escribir lo que escribió, qué permutaciones había que le permitían ir para otro lado, y por qué no las había elegido.
Me acuerdo de leer y releer Mafalda, estudiando los detalles y pensando alternativas. Está escrita con mucha precisión, son pocas las veces en las que se me ocurrió que algo podía resolverse mejor. Pero siempre buscaba, y esa búsqueda me hizo apreciar sutilezas que de otro modo habría pasado por alto.
A veces puede ser un obstáculo para disfrutar. “¿Cómo encararía yo esto?” “¿Cómo podría la narración ser más eficiente?” Es una visión algo científica, que busca una respuesta más satisfactoria, o cuestiona la pregunta. Pero no tiene por qué ser así. Hay muchos autores con criterios distintos, y que alguien lo haga de otra forma no significa que esté mal, ni que la mía sea mejor.
Lo bueno de eso es que, si se me ocurre algo que el autor no hizo, cuando hago lo que hizo otro pero como lo haría yo, estoy creando algo mío. Es una forma totalmente legítima de la creatividad. Y es, probablemente, la única forma que existe.
Ese diálogo es el valor de los autores por sobre hipotéticos algoritmos que hagan una selección natural de puntos de una trama para construir la historia perfecta. No existe tal perfección, ni la necesitamos. Porque la lectura y la escritura son dos caras de una comunicación. Uno escribe para ser leído, y uno lee algo que alguien escribió con alguna intención.
Sin embargo, muchos escritores carecen de lectores. Todos sabemos que es muy poca la gente que lee libros. Y todos pensamos que sería mejor que más gente los leyera. Sobre todo los que escribimos libros. Nos parece que debería haber más demanda de nuestros productos, y que eso beneficiaría también a la sociedad.
Hay gente que piensa que se lee menos que antes. No sé si es tan así. En primer lugar, recién en los últimos cien o doscientos años se ha alcanzado un nivel de alfabetización que permite aspirar a que la lectura sea masiva. Antes, leer era algo que no estaba al alcance de cualquiera, y seguro que no todos los que estaban en condiciones leían.
Tampoco sé si la gente lee ahora menos que hace cincuenta años. Ahora los libros tienen muchas formas de competencia que antes no existían. Pero no sé si eso reemplazó la lectura de libros. No sé si la gente dejó de leer libros para ver cine, o televisión o twítteres. Es posible que en otra época esa misma gente pasara las mismas circunstancias jugando entrañablemente al balero. Es decir que no necesariamente el tiempo que se dedica a formas tecnológicas de no leer es tiempo que sin la tecnología se usaría para leer.
Por otro lado, hay muchas formas de lectura. Es algo que se ejerce sobre lo que uno percibe: un libro, una película, un partido de fútbol, el tránsito de una esquina, el movimiento de las estrellas. El trabajo de decodificación que hacemos al leer no se limita a las palabras escritas.
Está lleno, también, de gente que lee libros sin leerlos. Hay muchas formas: no conectar, no entender, entender mal, pensar en otra cosa mientras se pasan las páginas. Todos cuentan como lectores en los censos imaginarios.
Tenemos, entonces, cuatro categorías:
los no lectores
los no lectores que leen
los lectores que no leen
los lectores.
A mí también me gustaría incrementar el número de la cuarta categoría, pero sospecho que subestimamos el de la segunda.
Los no lectores que leen son despreciados por los autodenominados intelectuales, que venden la idea de que la única forma de pensamiento que vale la pena es la que ejercen ellos, y también venden que es muy difícil. Hay muchos que se lo creen, y se intimidan.
Pero algunos conocemos el secreto: resulta que leer no es tan difícil. Y leer libros es trasladar a ellos lo que mucha gente ya hace sin darse cuenta. Y sabemos también que muchos de los que se la dan de grandes lectores no hacen más que escudarse en esa condición para parecer inteligentes. Eso es una de las razones por las que prefieren que los lectores sean pocos: no quieren que se sepa que sus logros no son gran cosa.
Se estimula, entonces, la exclusividad del club de los autoproclamados lectores. Expresan frustración de ser pocos, pero al mismo tiempo les gusta. Los hace sentir superiores. Los que forman parte hacen que los que están afuera ni intenten leer más que lo que ya hacen. Es un proteccionismo que, como todos, reduce el mercado y hace que aun los que ganan pierdan.