Hay pocas secuelas que superan a la película original. En general hay consenso sobre El padrino y Toy Story. No sé por qué no hay tanto consenso sobre la segunda de Volver al futuro, que es mucho más entretenida y compleja que la primera, además de aprovechar la oportunidad rara de volver a habitar la película anterior.
Para mí, la segunda de las tres Naked Gun, o La pistola desnuda si uno hispanoparla, está por encima de las otras dos. Aunque es opinable, todas tienen muchas secuencias desopilantes. Quiero concentrarme en un gag, el primero[1], el que nos dice que estamos en buenas manos y valía la pena hacer esta secuela.
La película arranca con imágenes de Washington DC. En la casa blanca vemos los momentos previos a una cena de estado. Se presenta a un par de invitados, entre los que está Nelson Mandela con su esposa. Luego suena Hail to the Chief y hace su aparición el presidente, George Bush, con su esposa Barbara. Ambos caminan saludando gente durante unos segundos, y de pronto, sin advertencia, se abre una puerta contra la cara de Barbara y entra Frank Drebin, sin darse cuenta del golpe que dio.
Este gag sólo se puede hacer en una secuela. No funciona si lo primero que vemos del personaje es un golpe a una mujer de esa estatura social. Nos preguntaríamos por qué sintieron la necesidad de hacer eso. Pero la película anterior arranca con una secuencia en la que Drebin se pelea con varios jefes de estados enemigos, y termina con él tirado encima de la reina de Inglaterra. Ya sabemos de lo que es capaz, no nos sorprende su torpeza de alto perfil.
Cuando arranca la película, sabemos que estamos por ver a ese personaje y que va a aparecer en cualquier momento. Estamos esperando que aparezca. No es casualidad que no hay ningún chiste previo. Pero no nos dan ninguna pista de que va a salir en ese momento, ni de esa forma. Sin embargo, no está fuera de las posibilidades, porque lo conocemos. Es un tipo así de torpe, que nunca estacionó su auto sin causar algún accidente del que no se dio cuenta.
Hay muchas razones por las que este gag es tan efectivo. Examinémoslas.
El timing
Antes de seguir, quiero expresar mi irritación con el falso anglicismo “timming”. No entienden nada. En inglés, cuando hay una doble consonante, la vocal anterior se pronuncia como se haría en castellano. Entonces, si uno escribe timming, se pronuncia “tíming”, cuando quiere ser “táiming”. Pero hay gente a la que no le alcanza con que la palabra sea fácil de escribir y le mete una complicación para que parezca que sabe idiomas.
El gag tiene un timing perfecto. Nos da tiempo para acomodarnos un poquito en nuestras plateas, preguntarnos de qué irá la cosa, deja que saboreemos lo que está sucediendo, que se establezca la situación, y recién ahí nos golpea: cuando sabemos dónde está irrumpiendo.
Hay películas que no entienden esto y pasan a los gags inmediatamente, sin dejar que el espectador respire o capte de qué va la situación. Si nos apuramos, por más que el gag en sí mismo sea bueno, sólo generará confusión. Y también la duda de si el resto de la película sabe lo que hace.
Del mismo modo, este gag tampoco se demora. No hay un pasillo interminable que nos haga esperar que algo pase al final. El golpe interrumpe, pasa en el medio de una acción reconocible y antes de que podamos perder interés.
La construcción
Es muy importante no anunciar el gag. Cuando va a haber un elemento sorprendente, es necesario establecerlo antes, sin arruinar la conexión que vendrá en el momento del gag. Si queremos que el señor Barriga reciba un golpe al entrar a la vecindad, nos conviene mostrar al Chavo jugando con algún elemento contundente antes. Pero ese juego tiene que cerrar por sí mismo, sin anunciar que está sólo para el golpe posterior. Después, establecida la dinámica, podemos jugar con las expectativas.
En Cartas de color, Les Luthiers hacen un ritual africano para atraer la lluvia. De acuerdo a la trama tienen que hacerlo entre Mundstock y Núñez, que hacen los personajes principales. Pero sale Rabinovich del grupo de músicos e insiste en participar. De este modo forma parte de la danza y aporta su histrionismo a los gags que surgen de ella, que esconden el verdadero propósito de su adelantamiento: que esté ahí para cantar cuando la danza se convierte en un bolero.
En este caso, sólo es necesario establecer que están Bush y Barbara caminando por un pasillo. Siempre es razonable que pueda haber una puerta. Se arruina el gag si se muestra la puerta, o si es la misma puerta por la que entra algún otro. Nada llama la atención hacia ella. Es parte del paisaje, todos están en otra cosa, incluyendo a Frank Drebin, que sólo quiere abrirla y entrar.
La cámara no hace ningún movimiento especial que no haría de no haberse producido el golpe. Viene siguiendo a la pareja presidencial con un traveling hacia atrás. Cuando entra Drebin, reemplaza a Barbara Bush en la composición, sin que se altere nada.
Es decir que este gag de una puerta que se abre contra una persona está hecho con la mayor sutileza posible. No se hace un foco innecesario en lo que acaba de pasar. La ocasión formal no amerita imperfecciones, así que nos vamos a manejar como si no hubiera ninguna.
El gag, entonces, respira sólo lo necesario. Si la película se tratara de tener que recomponer la nariz de Barbara Bush, sería razonable adentrarse en las consecuencias. Pero es un gag inicial, su objetivo es hacer reír e introducir, literalmente, al personaje en la película. Es el semáforo de largada de una sucesión de gags que durará todo el film.
Las reacciones
Lo mejor de todo es que no hay conmoción. Tuve la oportunidad de ver esa película en cine, dos veces, y recuerdo la conmoción en el público, acompañada de carcajadas. Es mucho más divertido porque nadie importante dentro de la escena reacciona a lo que acaba de pasar. Sólo un puñado de personas que están alrededor de la primera dama la asisten, y la cámara se desentiende de ellos.
Frank Drebin entra lo más pancho. Bush, que está al lado del golpe que ocurrió, sigue saludando gente sin enterarse de nada. Los demás invitados siguen en lo suyo, y ayuda que el golpe ocurre no en el comedor sino en el pasillo previo. Los personajes se comportan igual que la cámara y la realización: el gag es lo más importante, y por lo tanto tenemos que no subrayar su importancia.
Esa sutileza es la genialidad de Leslie Nielsen y esas películas. Los gags son gigantes, absurdos, improbables, pero nadie se comporta como si estuviera en una comedia. El humor está ahí todo el tiempo, pero los personajes piensan en la trama y en lo que cada uno tiene que hacer. No se enteran de que está ocurriendo un gag o, si se enteran, no lo ven como algo extraordinario.
Eso es lo extraordinario. El humor es para el público, no para los protagonistas. La risa es externa. Nos reímos nosotros, no los personajes. Si ellos se ríen, probablemente nos debamos reír de que ellos se ríen. Se necesita un gran recato para hacer una película muy divertida. No hay que ir a menos, sino que hay que jugar a ir a menos.
No arruinemos el humor con chistes. Tienen su lugar, y tienen que dejar paso a otras cosas. No pueden interrumpir la trama. O, mejor dicho, tienen que ganarse su lugar.
El humor necesita cierto misterio, cierto ocultamiento. La trama está a su servicio, pero igual tiene que ser coherente sin su presencia. Cada chiste, cada gag tiene su momento, y no funcionaría en cualquier otro. Tiene una importancia, una duración, un tamaño. Hay gags grandes, que requieren secuencias enteras, y otros que necesitan que la atención esté en otro lado y tal vez no se los perciba la primera vez que uno ve la película.
Si lo logramos, tendremos un buen gag. Si lo logramos en toda la película, tendremos una buena película. El equilibrio es muy delicado. Podemos arruinar cualquier gag si nos pasamos para un lado u otro, o si no lo preparamos del todo bien.
El humor es un arte en sí mismo, pero necesita colgarse de otro arte para existir. Para hacerlo hay que contemplar muchas sutilezas. Es mucho más fácil hacer drama. Por eso hay tan pocas comedias buenas de verdad. Y por eso extrañamos a Frank Drebin.
Ojalá la nueva versión que se viene de La pistola desnuda, con Liam Neeson, logre hacernos descostillar de la risa a través del manejo de todas las sutilezas.
[1] Antes aparece el título del director en francés, pero lo vamos a considerar extradiegético y por lo tanto irrelevante.