Nunca quiso no ser un Beatle
Paul viene a conectar y conectarnos, a hacernos mejores sin que nos demos cuenta.
En octubre último vi a Paul por sexta y séptima vez. No entiendo cómo hay gente que, estando Paul en su ciudad, ni intenta ir. Siempre que lo vi me llevé, además de todas las emociones, alguna observación. Esta vez entendí por qué, con más de ochenta años y escasa voz, no sólo Paul lo quiere hacer, sino que el público queda feliz. Deliberadamente esperé un tiempito para escribirlo, para que bajara la espuma. Sigo pensando que Paul está cumpliendo un viejo anhelo.
Un día antes de que los Beatles tocaran en la terraza, se reunieron para decidir si lo hacían. Podemos ver una buena porción en el documental Get Back. De los cuatro, el que más se oponía era Paul. Es inesperado, porque es quien más entusiasmo tenía por volver a tocar en vivo. Ese entusiasmo explica su oposición: no pretendía finiquitar el proyecto: él quería más, y sabía que si iban a la terraza, el concierto que buscaba hacer no se iba a producir nunca.
Ese proyecto nació con motivo de la grabación del video promocional de Hey Jude. Ya hacía algunos años que el grupo tenía la costumbre de grabar estos videos y distribuirlos a los canales de televisión, para no tener que ir en persona, lo que se venía haciendo cada vez más inviable.
Por la misma inviabilidad habían dejado de hacer giras y tocar en vivo. La locura que se generaba por su presencia iba en contra de cualquier forma de expresión. Entre las consideraciones de seguridad y el público que iba más a estar en su presencia que a escucharlos, decidieron que no valía la pena molestarse. Abandonaron entonces la principal fuente de ingresos de cualquier músico.
Se dedicaron a los discos, y aprovecharon para acentuar la experimentación y grabar cosas que no era posible hacer en los precarios escenarios que existían en esa época. Su evolución musical, que durante años se había dado con cientos de conciertos anuales, ahora se daba en el estudio.
Menos de dos años después (la carrera de los Beatles se dio con una velocidad asombrosa) la actitud era distinta. Decidieron que habían llegado lo más lejos posible con la psicodelia, y tomaron el camino opuesto: despojarse, eliminar artificios, ir a lo auténtico. Hay una razón por la que pasaron de un disco llamado como una banda ficticia, con tapa poblada y multicolor, a otro con su propio nombre y tapa toda blanca.
Ese despojo es de una gran sabiduría. Entendieron que la música no es necesariamente mejor por sumar elementos. Que no tenían por qué esconderse ni hacer grandes estructuras para ser ellos mismos. Que cuando necesitaran elementos externos, como orquestas, podían disponer, pero no tenían que ir a buscar nada que las canciones no pidieran.
Estar al servicio de la canción es una máxima permanente de los Beatles. Se mantuvo aun con todos los cambios estilísticos: siempre hicieron lo mejor que podían con cada una de ellas, sin forzar. Esto llevaba a explorar géneros, a que no todos participaran en todas las canciones, a que hiciera falta invitar músicos. A ninguno le molestaba nada de eso.
También es característico de ellos cambiar de disco a disco. Nunca se sabía con qué iban a venir, qué intereses nuevos iban a explorar, con qué sonidos se iban a copar. Esos cambios son también astutos comercialmente: se adelantaban a quienes los copiaban, y mientras tanto ellos no competían contra sí mismos, ni tenían que estar a la altura de lo que ya habían hecho.
En paralelo con el álbum blanco grabaron Hey Jude. Siempre supieron que iba a ser un disco simple, no es una más de una colección, porque es extraordinario y porque lo que dice merece tener el reflector.
La historia es que Paul la escribió para el hijo de John, Julian, con motivo de su divorcio (el de John). No hay por qué dudar de que fue el ímpetu inicial. Pero rápidamente Paul se da cuenta de que a él le pasa lo mismo que a Julian: está perdiendo a John a manos de esta artista japonesa que lo tiene fascinado. Eso le toca el orgullo. Y hace lo que mejor hizo siempre: conectar con la universalidad del sentimiento. La pérdida de Paul no es distinta de la de Julian y de la de todo el mundo. Todos sentimos eso alguna vez.
Pero no se queda ahí. Nos muestra el remedio, y nos muestra ejerciéndolo: conectarse a través del amor. Podemos leer que le habla a Lennon cuando dice que vaya y haga las cosas genuinamente. Pero se habla a sí mismo y a todos. Y se recuerda a sí mismo que no es necesaria una figura de autoridad para ser valioso. Cada uno lo es por sí mismo.
No es casualidad que la parte en la que podemos leer que le habla a Lennon, que arranca con “don’t let me down”, tenga su contraparte después en una canción de Lennon con ese exacto título. No habla de lo mismo, sino del miedo a sufrir una de esas pérdidas, pero al apoyarse en ese vocabulario permite inferir que una cosa afecta a la otra.
Paul va mezclando lo que sufre él, lo va haciendo cada vez más universal, va haciendo un zoom out hasta que se forma una masa en la que todos cantan el coro final, siendo todos iguales y sin que eso anule las diferencias.
En Hey Jude no hay diferencias más importantes que lo que nos une. Ejerce una hermandad, una visión global. No nos interesa si el de al lado es extranjero, o negro, o budista. Somos todos individuos, y podemos entendernos por eso mismo (“the movement you need is on your shoulder”). No necesitamos imaginarnos lo que sería un mundo así, porque lo estamos experimentando.
El video que se grabó para esta canción entiende ese espíritu y simula una presentación televisiva, en la que se va subiendo al pequeño escenario gente de todos los colores, y terminan cantando todos juntos ese coro interminable.
Está claro que ese video, y la experiencia de grabarlo, les gustó a los cuatro Beatles. Por eso el proyecto de Get Back arrancó con el mismo director y en el mismo estudio. Querían ir por ese lado. Al principio iban a hacer un concierto con temas del álbum blanco (y seguro Hey Jude también), que eran muy aptos para el vivo, pero antes de empezar les pareció que no daba, y un mes y medio después del lanzamiento de ese disco doble se lanzaron a ensayar para hacer un show con todos temas nuevos. Los Beatles se aburrían rápido.
Los cuatro veían que estaban yendo en distintas direcciones. Paul pensaba que necesitaban volver a tocar en vivo para volver a conectar no sólo con público, sino entre ellos. A través de los discos se llega a más gente pero no hay un feedback tan directo.
Pero los ensayos se volvieron tensos (los Beatles casi nunca ensayaban, no tenían la necesidad), el tiempo apremiaba y el sentimiento general del grupo era terminar ese proyecto de una vez por todas. Tocar en la terraza resolvió esas cuestiones y gambeteó los desafíos logísticos de hacer un concierto. Fue un éxito.
Pero ese recital impromptu no resolvió lo que quería Paul, y probablemente los otros también: la conexión entre ellos y el público. Durante esa performance, entre canción y canción, se los puede ver asomarse para ver a la gente que se juntó en la calle.
Pasaron de hacer recitales en los que el público los podía ver pero, a causa del ruido del público nadie, ni ellos, podía escuchar, a hacer uno en el que sólo se los escuchaba.
Lograron entonces una salida elegante para pasar a otra cosa, pero Paul se quedó con las ganas de hacer algo más grande y cumplir con el cometido que se había propuesto inicialmente. Poco después los rumbos individuales se hicieron cada vez más grandes, y sumados a los desacuerdos de negocios terminaron precipitando la separación del grupo. El concierto que soñaba Paul ya no iba a ser posible.
Paul dedicó los siguientes años a reconstruir su carrera en forma individual, y para eso creía necesario no apoyarse en los Beatles. Cuando hacía conciertos dejaba claro que la gente lo iba a ver a él, con su banda. Tocaban un puñado de canciones de los Beatles pero el show se trataba de otra cosa. Así fue que pasaron veinte años hasta que cantó Hey Jude en concierto.
Y eso que Hey Jude es una canción que pide a gritos ser tocada en vivo. Desde 1989 Paul recorre el mundo haciendo recitales multitudinarios y Hey Jude es una parte fundamental, su más grande contribución a que el mundo sea mejor.
Hace un par de meses, cuando nos volvió a visitar y me ocupé de verlo ambos días, una de las cosas que me pasaron fue entender que eso que estábamos viviendo es lo más parecido que puede existir a lo que quería hacer Paul a principios de 1969.
Paul nunca quiso no ser un Beatle. Encaró una carrera solista porque no tuvo más remedio. Él prefería quedarse con la banda que conocía, poder mostrarle sus canciones a John, poder arreglar y sumar color a las canciones de George. Paul es un team player que nunca volvió a tener un equipo a su altura. Desde hace más de cincuenta años es el líder y referente natural de cualquier grupo donde esté. No necesariamente quería eso.
He visto a Paul en cada visita a Buenos Aires. En un recital suyo pasan muchas cosas extraordinarias. Primero, hay un Beatle ahí, en escena, a pocos cientos de metros de donde está uno, cantando para nosotros. Hay una cantidad exuberante de canciones de los Beatles, y una dosis generosa de hits solistas. Son canciones que nos acompañaron siempre, casi naturales para escuchar. De a poco uno va cayendo en cuenta de que no sólo son todas de él, sino de que es una porción pequeña de sus grandes cosas. Podría hacer muy fácilmente otras tres horas, igual de extraordinarias, sin repetir nada.
Todas o casi todas las canciones que canta en concierto tienen en común la inclusión, la participación, la convivencia, distintas formas de amor. Hey Jude concentra eso mágicamente, pero todas tienen algún componente. Eso trasciende los distintos estilos o instrumentos por los que pasa. Lo importante es otra cosa.
Y estoy seguro de que es a propósito. Paul sabe que su misión en este mundo es conectarnos con el amor que tenemos, por nosotros mismos y por los demás. Su contribución es despertar eso, y lo logra en estadios con ochenta mil personas que sienten eso y ni se dan cuenta.
Porque Paul no baja línea (ha ocurrido, pero es raro). No nos dice lo que tenemos que pensar. No dedica tiempo de su recital a opiniones (le conocemos muchas, sin embargo no nos hace una perorata sobre las virtudes de ser vegetariano). Está por encima de todo eso, y yo diría que no es la función de un artista, y lo que lo diferencia de un acto religioso. En su lugar, nos mueve las emociones hacia los lugares más positivos que puede.
Eso es lo que quería hacer con los Beatles. Creo que sabía que el mundo lo necesitaba, y que nadie podía lograrlo como ellos, porque nadie tuvo nunca su llegada. No es ridículo pensar que, además de establecer su propia carrera, evitó las grandes canciones de los Beatles durante los ’70 porque esperaba poder hacerlas con sus compañeros originales[1]. Y sólo se largó a hacerlo por su cuenta cuando, al no vivir Lennon, esa reunificación ya era irremediablemente imposible.
Desde que volvió a las giras en 1989, Paul anda por el mundo conectando con públicos, y a través de su mejor música conecta a ese público con lo mejor que tiene cada uno. De paso recauda millones y se nutre del amor de toda esa gente que tiene mucha gratitud por todo lo que hizo en su carrera y no puede creer estar en su presencia.
Creo que por eso lo sigue haciendo. No lo necesita. Tiene más de 80 años. Su voz es una insinuación de lo que fue. Pero nada de eso importa. Si lo queremos escuchar bien tenemos los discos. Pero los discos no nos pueden dar esa experiencia de amor multitudinario. Creo que Paul sabe no sólo que vino a hacer eso, sino que no hay nada mejor para hacer.
[1] Cuando en 1979 firmó un contrato multimillonario con la discográfica Columbia, se ocupó de incluir una cláusula para que esa disquera no le pudiera obstaculizar una reunión de los Beatles.