Cuando uno estudia historia del cine, inevitablemente se topa con Birth of a Nation (1915) de D.W. Griffith. Se la presenta como una película importante en cuanto a la formación del lenguaje cinematográfico. Aprendí hace más de veinte años que Griffith unificó en una sola película los distintos recursos que habían surgido hasta ese momento, y armó con ellos una construcción coherente sobre la que se apoya el cine desde entonces.
En el mismo acto se hace necesaria la conversación sobre que es una película racista, y que la vemos por sus innovaciones, no para estar de acuerdo con su mensaje. Griffith era del sur, la película está hecha cincuenta años después de la guerra civil. La condena por racismo no es revisionismo posterior: generó gran escándalo en su momento, con boicots e intentos de prohibición. Esa respuesta inspiró el siguiente proyecto de Griffith, Intolerance, un film con cuatro líneas temporales paralelas que tienen a la intolerancia como su eje. La intolerancia a la que se refiere no es el racismo de su película, sino las reacciones que recibió su expresión. No es un pedido de disculpas.
Con el tiempo me fui topando con otros datos. Resulta que lo de la innovación en el lenguaje no es tan así, y a cada cosa que se supone que esta película introdujo se le puede encontrar ejemplos anteriores. Eso, de todos modos, no impide que haya sido una película muy exitosa y se haya vuelto referencia para estudiar las primeras décadas de cine, lo merezca o no.
Hace algunos años me tomé el trabajo de verla completa. Y me encontré con una película esclarecedora en muchos aspectos. Efectivamente, la película es racista. Muy racista. Y ese racismo no está escondido, sino exhibido como una virtud. Son básicamente tres horas que explican por qué los blancos son víctimas de los negros y cómo combatirlos.
Por un lado es refrescante. El autor se expresa con la sinceridad de alguien que no sospecha que puede haber algo malo en lo que dice. Estamos acostumbrados a racismos velados, y a sommeliers de racismos velados. Verlo expuesto de esa manera sorprende y permite un análisis más directo. Birth of a Nation me enseñó más sobre la mentalidad del racismo que muchísimos textos que tratan de describirlo sin dejar de explicitar la condena pertinente.
Cualquiera que piense que el racismo de la película tiene algo de opinable no necesita más que empezar a verla. La narración arranca con algo así como “el problema empezó cuando trajeron a los africanos”. Poco antes, cuando sale el título, abajo dice que está basada en la novela The Clansman.
Porque, a pesar de lo que uno entendería por el título, la película no se trata de la fundación de los Estados Unidos. Es sobre la guerra civil y el período de reconstrucción posterior. Y se llama “Birth of a Nation” porque toma la postura de que hasta entonces los Estados Unidos eran eso, estados que se habían unido, y no una nación, un punto de vista no del todo reñido con la verdad.
La idea es que las tropas del norte sometieron a los estados del sur y les impusieron sus valores. La gente del sur (es decir los blancos) quedó humillada hasta que la formación del Ku Klux Klan, los héroes de la película, puso las cosas en orden. Quién podría tener un problema con eso.
He hablado de la escena idílica de los esclavos compartiendo el almuerzo con sus amos, que muestra el orden natural que los abolicionistas vinieron a romper. En ese mismo texto menciono cómo esa escena podría haber sido algo que existía, cómo hay gente que tiene instinto de esclavitud y no está preparada para ser libre. Sé que mis lectores son inteligentes y no necesitan que les diga que eso no justifica someterlos a la fuerza.
El punto de vista de la película es la ruptura de ese equilibrio. Una vez que se pierde la guerra civil, justo matan a Lincoln, que a pesar de todo era bueno y se iba a encargar de poner las cosas en orden. En su lugar, aparecen hordas de negros que, gracias al amparo por parte del norte, ocupan los espacios de poder, al poder votar entran negros a las legislaturas, donde se comportan como salvajes y empiezan a vengarse de sus antiguos amos, que se ven en minoría ante gente que poco antes valía tres quintos de persona para el reparto de diputados.
Es en esas escenas donde radica el valor de la película, porque muestra desnudos los miedos que llevan al racismo. No se trata de que sean negros, sino de que son otros, “no nosotros”, que si les damos poder nos van a someter y humillar. Nuestro país va a dejar de ser lo que es, con lo bueno y malo que tenga, para pasar a transformarse en algo nuevo, menos reconocible, donde no vamos a tener la posición que teníamos.
Ése es el miedo primigenio: que el mundo se transforme y no encajemos tan bien como antes. ¿Quiénes pueden hacer que el mundo deje de ser lo que es? Los que no son como nosotros, que son intrusos, y su presencia presagia problemas.
Para justificar estos miedos se recurre a cualquier cantidad de argumentos, algunos muy meditados. La idea de que hay una jerarquía de razas, en las que felizmente estamos en la cúspide. La idea de que cada uno tiene que estar en su país. La idea de que cuando se juntan las razas terminan encontrando cada una su nivel, es decir que los negros naturalmente van a ser esclavos de los blancos. La idea de que los negros están más cerca de los monos que los blancos o, lo que es lo mismo, son menos humanos. La idea de que un mestizo es impuro. La idea de que los judíos son una raza que conspira para sacarnos nuestra riqueza. La idea de que los homosexuales quieren reclutar a nuestros hijos en sus costumbres lujuriosas.
El racismo no es otra cosa que una manifestación de tribalismo, del miedo al externo o al diferente. Ese miedo tiene una justificación evolutiva. Es muy probable que los humanos hayamos sobrevivido por habernos juntado en grupos, cooperado y combatido a otros grupos. Nunca hay que olvidar que el 95% de la existencia humana se dio en grupos de cazadores y recolectores, y que nuestros instintos están adaptados para eso.
Cuando vivimos en un grupo reducido que no tiene un territorio fijo y depende de su habilidad y de la bonanza de la naturaleza, cualquier miembro de otro grupo es una amenaza. Vienen a sacarnos lo que es nuestro, a desplazarnos, a comer nuestra comida o comernos a nosotros. Mejor combatirlos antes de que se conviertan en un problema de verdad.
Una persona de otra raza claramente no forma parte de nuestro grupo. Es fácil de ver, nadie puede evitar notar la diferencia con nosotros. Da lo mismo si es un subsahariano en Finlandia, un mexicano en China o un italiano en Nigeria. En todos los casos existirá en la mayoría un instinto de rechazo, sobre el que se podrá actuar o no.
Debe ser la misma razón por la que se atribuye a los judíos toda clase de conspiraciones: porque no es tan fácil distinguirlos. En las sociedades occidentales son de la misma raza, no tiene por qué haber razones por las que podamos decir quién es judío y quién no: no son de nosotros, pero están entre nosotros. Por eso los estereotipos exageran las narices o las vestimentas de los ortodoxos, es lo único de lo que se pueden agarrar. Y por eso los nazis encontraron necesario identificarlos con un distintivo.
Del mismo modo, en un grupo de cazadores y recolectores, que puede tener un puñado de personas fértiles, la homosexualidad podría constituir una desviación y un riesgo para la supervivencia colectiva. Son otros distintos que están entre nosotros y nos perjudican.
Es lógico, entonces, que nuestros instintos vayan por ahí. Creo que la gente que combate el racismo se equivoca al no enfatizar esta parte. Tener pensamientos racistas no te hace una mala persona, está más cerca de hacerte persona. Si uno se siente rechazado por un sistema externo que combate sus pensamientos viscerales, se generará resentimiento, que es caldo de cultivo de las tiranías.
¿Por qué, si es natural, debemos rechazar el racismo? ¿Por qué no aceptarlo y hacer las guerras que hagan falta para que todas las razas estén en su lugar correspondiente, así podemos vivir por fin en paz? Porque ese instinto natural no se aplica al mundo en el que vivimos. Ya no somos cazadores y recolectores, sino que vivimos en civilización.
En la civilización no estamos sujetos directamente a las reglas de la selección natural. Podemos comprar cortes de carne en el supermercado, sin tener que salir a cazar. Podemos guardar nuestra comida en la heladera, en lugar de vivir al día. Podemos dirimir nuestras disputas en ámbitos preparados para tal fin, sin que debamos armar un ejército ante el primer desacuerdo. Podemos tener nuestras necesidades básicas resueltas y usar nuestro tiempo para otras actividades.
La civilización implica grupos más grandes que los que nuestro instinto maneja. Va a haber gente diferente, aunque seamos todos de la misma raza o religión. Siempre se encuentra algo por lo que rechazar al otro: petiso, alto, pelado, peludo, viejo, joven, con voz muy aguda, rengo, ciego, pecoso, cornudo, estudioso, vago, que no le gusta el queso, que maneja despacio, que maneja rápido, con tic, zaparrastroso, extra prolijo, bebedor, jugador, irrespetuoso, respetuoso, ignorante, sabio, avaro, libertino, coqueto, trasnochador, vanidoso, antipático, demasiado pagado de sí mismo, torpe, reflexivo, impulsivo, gordo, flaco, etc. Cualquier característica que a uno lo diferencie de los demás puede ser motivo del rechazo. Y nadie quiere ser tan igual.
Las características de la civilización hacen que sea posible relacionarnos con gente distinta de nosotros, porque no hace falta combatirlos. Pueden vivir en armonía, con intereses comunes, porque hay suficiente para todos. No es casualidad que los picos de racismo se den en momentos de crisis económica, que es cuando afloran los miedos de que el mundo se transforme a nuestro alrededor.
El racismo no es compatible con la civilización. Es un remanente de cuando no la teníamos. Renunciar al racismo, es decir no actuar sobre esos miedos cuando los tenemos, tener en cuenta su origen comprensible, es uno de los precios de todo lo bueno que nos da la civilización.